Estas semanas he estado de vacaciones. Durante este período no he podido desconectar de aquellas cosas que “empoderan” mi cabeza. Creo que no podría utilizar mejor verbo para explicar el texto del que hablo a continuación.
Durante este tiempo de recreo he observado como las familias acudían a las playas gallegas a disfrutar de ellas y de nuestra maravillosa gastronomía. Me llamó la atención que muchos de esos grupos estaban constituidos por personas de la tercera edad, total o parcialmente. También, una gran alegría para mí, un mayor número de turistas con discapacidad visitaron las localidades en las que suelo veranear. Quizás se trate de un nuevo tipo de “empoderamiento”. El empoderamiento de esos colectivos desfavorecidos en este caso, no socioeconómicamente sino, arquitectónicamente. Al igual que el empoderamiento que entendemos toda la sociedad, el objetivo ha de ser dotarlos con las herramientas necesarias para que puedan conseguir más autonomía y disminuya así, su vulnerabilidad. ¡Me gusta cómo lo he definido!
He ahí dónde aún no se ha dado el paso que favorezca su bienestar. Creo, y dudo que me equivoque, que este movimiento se ve favorecido por la “eliminación” de las barreras arquitectónicas que han dado paso a lo que comúnmente conocemos como accesibilidad. Sin embargo, se produce un desajuste de concepto en muchas de nuestras mentes.
La accesibilidad no sólo se queda en esos aspectos físicos esenciales y que, probablemente, muchos municipios hayan logrado solventar con mayor o menor éxito. Por ello, cada año en mis vacaciones estivales veo a más “empoderados” disfrutando de un derecho común a toda la sociedad, pero no de manera plena.
“Accesibilidad universal” habla de accesibilidad física, cognitiva y sensorial y, es precisamente, en estos dos últimos componentes dónde seguimos errando, especialmente en el aspecto cognitivo. Error por omisión.
En ocasiones, todos y todas, no sólo estos colectivos, llegamos a ciudades nuevas que no comprendemos pues ante nuestro cerebro la imposibilidad de interactuar con las “acciones” que provienen del entorno y, por tanto, no podemos producir “reacciones” ya sea por un mero hecho de comprensión o porque a nuestros canales sensitivos principales (ojos y oídos) no llega la información de la manera adecuada.
A este estudio, que tanto me fascina y me apasiona, se le denomina «accesibilidad cognitiva”. Cuando pensamos en accesibilidad normalmente «despreciamos» este aspecto, y creo que no vuelvo a desbarrar con el verbo escogido. Semeja que la accesibilidad se limita a colocar rampas para que se pueda llegar a los sitios en silla de ruedas (sin importar mucho si la pendiente no se ajusta, si carece de elementos de protección o sin considerar el tipo de material escogido para su diseño), alguna que otra rotulación en Braille y, desde hace poco, a disponer de itinerarios «accesibles” en las playas (en entrecomillado, claro está). Sin embargo, hay que pensar que todas las personas deberían ser capaces de interaccionar con el entorno de forma completa, hasta culminar la actividad que se pretenda realizar en cada caso.
Pienso que las ciudades y, por otro lado, las localidades costeras cuya densidad de población varías mucho en función de si es verano o no, constituyen un hábitat propenso a generar problemas de accesibilidad cognitiva.
Hay muchos procedimientos, actividades, muchas veces sencillos y baratos, con los que regular la mejora de la accesibilidad cognitiva. No es raro que los responsables de todo ello no perciban la complejidad de comprensión que se genera debido a que su cerebro lo ha procesado como algo común y natural. Pero una persona foránea, con algún deterioro cognitivo o no habituada a ese entorno urbano o edificatorio no lo concebirá así.
Me gustaría hablar más del tema, pero ese capítulo lo reservo a un futuro, espero, no muy lejano y que va más allá de la accesibilidad cognitiva para adentrarse en un campo relacionado con la neurociencia, en mi opinión, el siguiente paso para la integración total de la sociedad en la arquitectura.
Simplemente hago un par de preguntas: ¿todo el mundo entiende lo que significa zona azul/zona verde/zona amarilla? ¿en otros países las zonas de aparcamiento se pintan con los mismos colores? ¡Demonios! ¿y si tengo daltonismo? ¿Sabríamos orientarnos en muchas de las grandes ciudades sin tecnología móvil? ¿Nunca os habéis perdido en un hospital? ¿Nunca habéis tenido que ayudar a una persona anciana a llegar a su consulta en el ambulatorio del barrio? ¿Y en una gran superficie de almacenes tampoco? ¿Entendéis fácilmente la “señaléctica de diseño” empleada en algunos de los edificios que usamos habitualmente? ¿Y la iluminación de los espacios ayuda o perjudica? ¿Y, en general, los colores?
Creo que la frustración que sentimos todas las personas cuando en ocasiones viajamos a países cuyo “sistema arquitectónico” es diferente, nos debería hacer empatizar más con esas personas que, debido a la falta de accesibilidad universal, más allá de la física, enfrentan dicha situación día tras día.